20 años de la invasión imperialista de Irak

El 20 de marzo de 2003, los Estados Unidos daban comienzo a lo que ellos bautizaron como “Operación Libertad Iraquí”, que no era otra cosa que un nombre propagandístico para dotar de legitimidad a la invasión y guerra imperialista contra la República de Irak bajo el pretexto de derrocar a Saddam Hussein.

Reino Unido, Australia, Polonia, Dinamarca, Países Bajos, España, Portugal, Italia, Colombia, Japón, Corea Del Sur, Ucrania y Hungría, entre otras potencias capitalistas, formaron parte de la Coalición Multinacional que apoyó militar y políticamente esta guerra de rapiña del imperialismo estadounidense y que, junto con la Guerra de Afganistán iniciada en 2001, representan una de tantas páginas que el capitalismo ha escrito en la historia por medio de la sangre y el fuego.

En un contexto internacional de tensiones crecientes entre Estados Unidos e Irak tras las operaciones Tormenta del Desierto (1991) y Zorro del Desierto (1998), el imperialismo estadounidense utilizó para su propio beneficio los atentados del 11-S de 2001 en Nueva York. Estos atentados fueron el pretexto perfecto para que George W. Bush declarase la guerra y es por ello por lo que los servicios de inteligencia norteamericanos, aun estando al tanto de la situación, permitieron que ocurrieran.

Irak, Irán y la República Popular Democrática de Corea fueron calificados entonces como el “eje del mal”. Además, el relato se completó con la supuesta existencia de armas de destrucción masiva (químicas, biológicas y nucleares) en territorio iraquí, las cuales nunca se encontraron pues toda la operación se basaba en mentiras y propaganda para justificar la barbarie imperialista.

El fascismo, el chovinismo, el racismo y el fanatismo militar fueron los pedestales sobre los que se levantaron un grupo de plutócratas que iniciaron la despiadada y criminal invasión de Irak para apoderarse de una de las principales fuentes energéticas del mundo. Además, 50.000 obras valiosas desaparecieron durante la invasión del Museo Arqueológico de Irak, en lo que fue un auténtico expolio del patrimonio histórico del país y de la cultura de su pueblo.

Lo que en un primer momento se promocionó como una operación rápida se prolongó durante más de 7 años, dejando más de 100.000 civiles muertos, un país destrozado por la guerra, con una profunda crisis económica y con su población sumida en la miseria, a lo que hay que añadir cerca de dos millones de desplazados.

En esos momentos quedó patente la contradicción entre los países en vías de desarrollo y los intereses del imperialismo que se apropiaba de sus riquezas naturales mediante la invasión militar. En aquel entonces, Estados Unidos poseía el control del 3’5% de las riquezas petroleras del mundo, mientras que en Oriente Medio se encontraban cerca del 70% de las reservas totales de petróleo, de las cuales Irak poseía el 10%. Con estos datos sobre la mesa, y a vista de los hechos históricos, es más que evidente que el propósito de la invasión de Irak no era combatir el terrorismo ni liberar al pueblo de Saddam Hussein, sino asegurarse las ricas reservas petroleras de esta nación.

En 2007, cuando se acababan de cumplir cuatro años del inicio de la agresión imperialista contra Irak, el periódico estadounidense Socialist Appeal entrevistó al veterano de guerra Darrell Anderson, el cual reconoció las atrocidades que cometía el imperialismo:

«No existe diferenciación [entre civiles y el enemigo]. Yo tenía que disparar contra el enemigo y me ordenaban asesinar a todos los que allí estuvieran. Pero esas órdenes no llegaron hasta abril. En enero, febrero y marzo la orden era: si te disparan ponte a cubierto y espera órdenes antes de volver a disparar. En abril fue: si te disparan asesina a todo el mundo porque estamos perdiendo muchos soldados y tenemos que vivir.

[…] Estamos cometiendo crímenes de guerra en Iraq y todos los procedimientos van en contra de la Convención de Ginebra, pensaba que mi deber era negarme, no tenía realmente una ideología política».

Todo aquello no fue más que una guerra planeada y dirigida por un Estado imperialista que representa lo más criminal, vil y genocida de la clase social burguesa. Una guerra que para la burguesía no fue más que un paso necesario en su afán por seguir nutriendo el lobby militarista y las apetencias dictadas desde Wall Street para asegurar el dominio del imperialismo estadounidense, ganar la carrera en el control de los recursos naturales y los mercados. Como dijo el camarada Stalin: «El imperialismo es la exportación de capitales a las fuentes de materias primas, la lucha furiosa por la posesión monopolista de estas fuentes, la lucha por un nuevo reparto del mundo ya repartido, lucha mantenida con particular encarnizamiento por los nuevos grupos financieros».

Con la ejecución de Saddam Hussein y el vacío de poder que se generó, quedó en evidencia que los planes estadounidenses no eran “exportar la democracia y la libertad”, sino sumir en el caos a la población local y asaltar todos los edificios públicos, museos y hospitales que estuvieran a su alcance. La enorme inestabilidad política hizo que Irak fuera el caldo de cultivo perfecto para el extremismo religioso, surgiendo así el Estado Islámico de Irak (ISIS).

La caída de la Unión Soviética, aunque esta estuviera alejada para entonces de los valores de la revolución proletaria y el marxismo-leninismo, hizo que el imperialismo estadounidense se sintiera amo y señor del mundo en sintonía con las tesis de Fukuyama acerca del fin de la historia. Su industria militar podía desplegarse a lo largo y ancho del globo sin temor alguno y hacer lo que le viniera en gana en la política internacional, pues ellos eran el juez y el verdugo. En Irak, la barbarie imperialista llevó a cabo una guerra completamente ilegal según los parámetros de la propia legalidad burguesa. Sin embargo, nadie se ha hecho responsable del sufrimiento ocasionado y la Corte Penal Internacional no pone en busca y captura a George W. Bush, José María Aznar y Tony Blair, auténticos criminales de guerra que fomentaron el genocidio del pueblo iraquí. Ese es el orden internacional que ansía la democracia capitalista y el libre mercado.

En todas las guerras los proletarios no somos más que carne de cañón atrapados dentro de la ley general de la acumulación capitalista. Y la guerra contra los trabajadores y pueblos del mundo como apetencia de la clase burguesa es intrínseca al modo de producción capitalista, en general, y a la filosofía y política de guerra del imperialismo estadounidense, en particular.

La base económica contemporánea nace del modo de producción capitalista, el cual, en su fase actual de imperialismo o capitalismo monopolista se encuentra atravesada por la contradicción fundamental entre el capital y el trabajo, entre el imperialismo y el socialismo. El capital es el poder que despoja a los trabajadores y pueblos del mundo incluso de su propia humanidad, transformándolos en meros instrumentos del proceso de acumulación capitalista. Esta es la dialéctica y la filosofía imperialista que justifica y legitima aún hoy para los capitalistas el exterminio despiadado del pueblo de Irak.

La explotación asalariada – sustentada en la extracción de plusvalía –, el saqueo, la rapiña y la guerra contra los pueblos del mundo, la dominación política y económica, la esclavitud, el exterminio planificado, el fascismo, el narcotráfico, la prostitución, la deshumanización mercantil, el genocidio, el racismo, la crueldad, la corrupción, la enajenación, las masacres y bombardeos completamente impunes, centenares de miles de desplazados, mutilados, torturados, desaparecidos y masacrados. Esta es su democracia. Este es el mundo capitalista. Esta es la carnicería global de los monopolios. Este es el mundo del imperialismo y de la burguesía. Esta es su flagrante y cruel impunidad.

En la actual etapa imperialista la inevitabilidad de la guerra es evidente, dado que las contradicciones entre las distintas potencias no se resuelven pacíficamente y la guerra es la única forma en la que conciben dirimir el reparto de las esferas de influencia. Actualmente, con la hegemonía occidental herida de muerte, los Estados Unidos buscan cualquier pretexto para la utilización de su fuerza militar contra todo aquel que atente contra sus designios. Pero ya no estamos a principios de los 2000. En estos veinte años el mundo ha cambiado y los Estados Unidos ya no son la única superpotencia que hay en el planeta.

La reunión de las Islas Azores y la posterior invasión contra Irak fue un golpe de estado mundial y una muestra de que el fascismo es la esencia de la carcomida democracia burguesa. George W. Bush y sus socios tienen sus manos manchadas con la sangre de cientos de miles de trabajadores, pero solo la revolución proletaria puede ser la encargada de juzgar sus crímenes de lesa humanidad y sus genocidios. Solo el socialismo podrá poner fin a esta barbarie que ayer se expresaba en Yugoslavia, Afganistán, Irak o Libia, y que hoy se desarrolla de igual manera en Ucrania, Palestina y el Sáhara Occidental. Solo la lucha organizada de los pueblos del mundo sobre la base del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario pueden romper las cadenas de la explotación y la opresión capitalistas.

Los comunistas sabemos que el imperialismo precisa de las guerras para sobrevivir, para retroalimentar financieramente a sus monopolios bélicos y su complejo militar-industrial. Su mera existencia es una negación de la paz y una amenaza de guerra contra el mundo. Esta es la barbarie actual y que amenaza con desarrollarse a un grado superlativo, a la escalada bélica que conduzca a la III Guerra Mundial, si no es detenida. Otro mundo es posible, pero la construcción de una nueva realidad pasa obligatoriamente por la destrucción del sistema capitalista de forma revolucionaria. Esa es la tarea primordial y más importante que hoy, 20 años después del inicio de la Guerra de Irak, tiene el movimiento revolucionario.

«El marxismo no es pacifismo. Es indispensable luchar por el cese más rápido de la guerra. Pero la reivindicación de la «paz» sólo adquiere un sentido proletario cuando se llama a la lucha revolucionaria. Sin una serie de revoluciones, la pretendida paz democrática no es más que una utopía pequeñoburguesa. El único programa verdadero de acción sería un programa marxista que dé a las masas una respuesta completa y clara sobre lo que ha pasado, que explique qué es el imperialismo y cómo se debe luchar contra él» – Vladímir Lenin.

 

¡SOCIALISMO O BARBARIE!

Madrid, 20 de marzo de 2023

 

SECRETARÍA DE RELACIONES INTERNACIONALES DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (P.C.O.E.)

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