La democracia

Al conmemorar la Gran Revolución de Octubre no debemos pasar por alto lo que ésta supuso en la lucha ideológica. Sin duda fue un experimento trascendental que resolvió polémicas conceptuales de hondo calado en la lucha de clases. Una de ella es la democracia. No es por casualidad que al quebrarse la URSS apareciesen en el horizonte pseudocientífico mil maneras de explicar la categoría “democracia”, todas ellas con la única intención de rebatir al leninismo “fracasado”.

El tema se ha desquiciado adrede por los voceros del imperialismo, quienes cuentan con la resonancia gratuita de los falsos redentores entre las masas, surgidos durante el repliegue de las fuerzas revolucionarias, los cuales utilizan infinitas maneras de describir la democracia, todas ellas inescrupulosas frente al ridículo, cayendo en vulgarizaciones e incurriendo en tremendas contradicciones. Para la reacción todo vale con el fin de alcanzar el objetivo primordial ante una clase obrera desguarnecida: el repudio a todo cuanto fue y supuso el socialismo interceptando el mínimo intento de razonamiento del pueblo. 

De esta forma, las clases laboriosas no deben reflexionar sobre los contenidos sino que han de engullir sin masticar los conceptos vanos. Tanto es así, que podemos encontrar definiciones falaces y contradictorias sobre la democracia, expuestas por un mismo autor. El uso de la contradicción es muy frecuente en Julio Anguita, hoy considerado el más preciado “pensador” de la izquierda española, que en cierta ocasión espetó irascible: “La democracia no existe si una carta enviada en agosto puede dictar la política económica de un país”, en clara alusión a la injerencia de la UE en la política económica española. Es decir, lo que actualmente tenemos en España no es democracia; sin embargo,  el mismo Anguita se contradice cuando afirma que “el fascismo financiero nos lleva a la muerte de la democracia”. En este caso asevera que lo que hay en España es democracia, que debemos conservar ante el peligro de que los facciosos financieros nos la roben.

Entonces ¿Qué es democracia? No esperemos de Anguita una definición clara y absoluta pues el devaneo es constante en sus análisis apreciándose en sus lecciones a favor de la Constitución actual y también cuando glorifica la sacrosanta, para él, “Declaración de los Derechos Humanos”. Hasta los medios de comunicación más reaccionarios de este país le tienen en estima y le tratan con un respeto que chirría en los oídos de cualquier revolucionario.  Un líder así es la joya de la corona, pues dotado de la gracia para la oratoria, deja prendado al incauto oyente sin que éste se dé cuenta de que no ha entendido absolutamente nada.

En esta misma dirección, su discípulo y compañero de partido Alberto Garzón, nos sorprende a cada instante, aún más que su maestro con sus reivindicaciones del tipo “¡Por una banca pública y democrática!” Está claro que el “neo comunismo” tiene un déficit in crescendo de raciocinio.  Así, es muy difícil que un obrero alejado de las fuentes marxistas pueda discernir si en el capitalismo un ente, en este caso un banco, puede ser democrático cuando el capitalismo no lo es.

Tal vez por ello Pablo Iglesias, más avieso que sus amigos y compañeros de viaje, ofrece una versión un tanto aperturista. Al menos intenta ser explícito: “vamos a crear un mecanismo para que la gente pueda decir: ‘joder yo quiero tener algo que decir, a la hora de ver si puedo esa persona de alguna manera represente el cabreo que yo tengo, quiero poder participar’. Ya está, eso es lo que estamos planteando y era una hipótesis. Yo dije si no tengo 50000 apoyos para seguir adelante me voy a mi casa”. Pablo Iglesias tiene una manera extraña para definir la democracia cuando la identifica con un sector popular que deposita su confianza en su partido, lo que él denomina “participación”. Claro que el mero hecho de participar, cualquiera que sea la fórmula empleada y para lo que sea, no es suficiente. El burgués podría decir que eso ya lo hace su democracia, la gente en mayor cantidad participa en las elecciones, por tanto, la diferencia que existe entre Iglesias y Rajoy respecto del concepto es mínima, por no decir ninguna. Quizás la forma varíe pero no el contenido y si es por el número de participantes, Rajoy ganaría con diferencia.

No obstante, hay que reconocer que la perspicacia de Pablo Iglesias es superior a la de Rajoy, Anguita y Garzón juntos. Él sabe que, o se distingue de los demás, o toda la historia de las nuevas formas de hacer políticas quedan en nada. Por eso, remacha sus argumentos con una “vehemencia” poco usual y lanza a los cuatro vientos eso de que “ser demócrata es expropiar”. Y con esta frase lapidaria nos quiere hacer ver que ha descubierto el  método infalible de crear democracia, cuando lo que hace de nuevo es conceder a Rajoy viso gratuito de demócrata al haber expropiado al trabajador del derecho a la comida, a la vivienda e incluso a la vida.

Allende nuestras fronteras hay quienes ofrecen algunas variantes aunque la matriz moderna la hallamos en Heinz Dieterich con su socialismo del Siglo XXI, muy compartido en América Latina y Europa, en cuyo desenlace esquiva el protagonismo de la clase obrera  para concluir que la democracia participativa deviene del desarrollo y superación de la democracia formal, discurso que lleva implícito la superación del Estado clasista por un inefable Estado no clasista.

A partir de esta formulación, más que absurda, se han ido conformando los criterios democráticos que hoy intoxican el ambiente de la lucha de clases. La aparición del socialismo del siglo XXI encandiló a padres e hijos, el mismísimo Hugo Chávez invitó al Comité Central del Partido Comunista de Cuba a que procediera a su estudio. Hablar de democracia en la actualidad es hablar de todo porque todo en boca de quienes aseguran saber del tema es democrático o posee dosis de democracia. Según la fórmula, existe una escala de supuestos valores que permiten al dicente del momento calibrar cuantos gramos de tal democracia tiene un país, el gesto de una clase, o simplemente una acción política. Pablo Iglesias dijo respecto de Venezuela que es “una de las democracias más saludables del mundo”. Pero el líder de PODEMOS no soluciona el problema. Si admite que la democracia existe en plural, ¿por qué no nos dice qué o cuál democracia es la que hay en Venezuela y qué cantidad tiene?

En todos los casos, desde la derecha hasta la falsa izquierda, la democracia es en sí misma el objetivo final. Detrás de ella no hay nada más ni lo habrá. Tal es la intención de Fukuyama cuando proclama a los cuatro vientos el triunfo definitivo de la democracia liberal y del modelo de la economía demercado. Al ser la meta suprema, cada cual encuentra en su democracia la panacea universal y, si esta no llega, hay que luchar por alcanzarla, pero siempre dentro de su democracia, que es el régimen por excelencia. ¿De verdad existen tantas democracias?

Sabemos que aún a regañadientes la izquierda “revolucionaria”, por regla general, admite que democracia es igual a gobierno del pueblo, o poder del pueblo; aunque después, en la práctica, se alejan miles de kilómetros de su prístina aceptación hasta caer en el abuso de la utilización de los términos democracia y democrático. Y es que eso del “poder del pueblo” es para ellos tan sólo una frase hecha sin ningún sentido. Bien por ignorancia, bien por renuncia, se confunde participación con poder en aquellos que se tienen por los más avanzados progresistas y a veces revolucionarios. Para estos, la participación de los trabajadores en una asamblea es democracia, la elaboración de un programa por los ciudadanos es democracia, elegir a sus representantes por los modernos medios de comunicación es democracia, y así sucesivamente, porque de esta manera se manifiesta, según ellos, el poder del pueblo.

Las asambleas de obreros, la participación en la elaboración de un programa electoral, así como la elección de sus representantes en parlamentos no significan, en ninguno de los casos, el poder de los trabajadores. Por consiguiente, no es democracia, cualquiera que sea el régimen. Lenin desaconsejaba la celebración de asambleas de trabajadores en determinadas circunstancias para votar una huelga, con la meta de no descubrir al burgués sus posibilidades y la estrategia preparada. También al objeto de rechazar que sean las leyes burguesas las que determinen cuándo, dónde y para qué se han de reunir en asamblea los trabajadores. Fue Lenin quien le dio consistencia práctica a la definición de “gobierno del pueblo” alejándose de las posiciones espurias de los falsos demócratas y revolucionarios. La democracia sin apellido no existe porque ésta es una de las formas que puede adoptar el Estado y el Estado es siempre clasista. Partiendo de este juicio, todos los intentos de los eclécticos de conciliar la lucha de clases a través de su noción de democracia, pasan al contenedor de la basura.

Lenin designa como el único estado democrático posible a la dictadura del proletariado porque es el verdadero estado del pueblo. Las democracias anteriores no reflejan su acepción primaria, gobierno del pueblo, y serán, por tanto, democracias esclavistas (gobierno de los esclavistas), feudalistas (gobierno de los nobles) y capitalistas (gobierno de los burgueses), sin más calificativo ni aditivo. La democracia en general del agrado de Dieterich, “participativa” o “formal”, es una burda patraña para enajenar a los trabajadores.

Cuando el líder soviético define como la misma realidad democracia y Estado, está diciendo muchas cosas que se silencian a propósito. La democracia, al ser clasista y una forma de Estado, nunca será dulce sino represiva contra las clases opositoras. Tampoco es la panacea total y menos aún es eterna, porque es tan sólo un Estado transitorio a la sociedad sin Estado. A este respecto en el pensamiento leninista todo está concatenado dialécticamente. La dictadura del proletariado debe estar configurada, naturalmente, para acelerar el proceso de extinción de las clases sociales y todo lo que ella conlleva, por ejemplo, el Estado y los partidos políticos, que en las sociedades anteriores representaban los intereses de determinadas clases sociales. Para ello, el poder del pueblo ha de ser real, tangible y directo sin ninguna delegación de por medio. En el año 1918 decía Lenin, con el propósito de explicar qué tipo de participación del pueblo debe ser considerado demócrata: “Los ciudadanos deben participar sin exclusión alguna en la administración de la justicia y en el gobierno del país. Y para nosotros es importante incorporar a la administración pública del Estado a todos los trabajadores sin excepción. Esta tarea ofrece dificultades gigantescas. Pero la minoría el Partido no puede implantar el socialismo”. Participar, para Lenin, es mucho más que elegir jueces o jefes de gobiernos. Significa también que los trabajadores, todos sin exclusión, sean los administradores de la justicia y sean también quienes tengan  la misión de gobernar en todas las escalas.

Cuanto más rápida sea la incorporación de los trabajadores a las tareas del Estado, tanto más pronto desaparecerán por inferencia natural el Estado y, por consiguiente, la democracia que le es inherente. Al compás sincronizado irán desapareciendo las diferencias entre el trabajo físico e intelectual, entre la ciudad y el campo, la aportación a la sociedad será equitativa. El estado carece de sentido porque ya no existen las clases, ni tampoco las contradicciones no antagónicas. El estado, por consiguiente, deja de ser Estado, al dejar de cumplir la misión que le dio vida: la represión. La democracia muere y bien muerta ha de quedar porque con su desaparición se acaba la prehistoria de la humanidad. Tal es el mensaje leninista, tal fue la proyección soviética.

COMISIÓN IDEOLÓGICA DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (P.C.O.E.)

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